miércoles, 14 de julio de 2010

Ghosts

Me estaba empezando a gustar el mundo.

Sus pajaritos, amaneceres, sus montes… Con lo tranquilito que yo estaba con mis rutinas: mi tetita, mis carantoñas, mi bañito vespertino…, hasta que llegó esto.

Todo empezó hace un mes, más ó menos. El día había discurrido por cauces normales, hasta que llegó mi papi del trabajo. Acabábamos de comer. Entonces fue cuando se quitó el traje y se puso aquella cosa, esa maldita cosa y empezó a comportarse de un modo muy raro, como si estuviera poseído. Desde donde yo estaba, sólo podía verle hacer muecas extrañas, gritando, hablando solo, moviéndose de un lado a otro.

Fue cosa de dos horas, más o menos. Ya se había quitado aquello, pero todavía le duraba el trance, estaba desencajado.

Pensé en un episodio transitorio de enajenación y no le dí más importancia; supongo que todos tenemos alguna crisis de vez en cuando.

Desgraciadamente, estaba equivocado.

La segunda vez fue mucho peor. Ya por la mañana, aún sin haberse puesto encima esa cosa perversa, notaba a mi padre intranquilo. Daba vueltas por la casa, y se miraba el reloj cada hora. Mis peores presagios se cumplieron llegada la tarde. Yo salía tan tranquilo del baño envuelto en mi toallita naranja, bajo el cálido abrazo de mami.

Lo que ví al salir fue indescriptible, horrendo.

Ya no era sólo mi padre el que se había puesto aquella cosa, si no también mi hermano. Aquello era contagioso, estaba claro. Los dos se comportaban de la misma forma que mi padre la vez anterior, dando saltitos, gritando y haciendo unas muecas horrorosas. Creo que debía ser bastante doloroso, porque al final de cada crisis le seguía un ¡¡¡¡ ¡¡¡¡¡Uyyyyyy o un Aaaaaaayyyy!!!!! verdaderamente estremecedores.

En un momento de calma aparente, intenté conciliar el sueño, consiguiéndolo a duras penas.

De repente, un estruendo hizo temblar mi carrito. Mi padre poseído, recorría la casa sin rumbo, gritando puños en alto golpeando todo lo que encontraba a su paso, y lo peor es que mi hermano, hasta ahora indemne del embrujo, gritaba y saltaba al son de mi padre, hechizado también sin ninguna duda por el maléfico poder de aquella prenda.

Todavía hube de soportar dos episodios similares más, con cuatro días de lapso.

Jopetas, jopetas.

A ver cómo coño hago yo para localizar a un exhorcista con tan sólo cinco meses de vida.

Pero tengo que tomar las riendas del asunto.

Ya sólo quedamos dos libres del mal. Mi madre todavía no ha dado muestras de haber sido poseída / abducida, aunque supongo que, como con mi hermano, será cuestión de tiempo.

Como en las viejas pelis de miedo, huímos de la casa del terror y nos vamos lejos, de vacaciones a Almería, dejando atrás todo vestigio de aquel hogar inmundo. El viaje ha sido largo y agotador; la brisa del mar, fresca y húmeda resulta un bálsamo para cuerpo y mente.

Todo vuelve a ser como antes, perfecto.

Hasta que un buen día, cuando ya todo parecía olvidado, muerto y enterrado, me encontré de nuevo ante la más aterradora escena posible.

Ya no sólo eran mi padre y mi hermano, si no que TODA la gente del hotel en el que nos hospedábamos, estaban con aquella cosa puesta desde por la mañana, todos de rojo, era como la antesala del infierno, y digo la antesala porque sólo les faltaba el tridente, el rabo y los cuernos.

Pero como tantas otras veces, ya me imaginaba que lo peor sería por la tarde. Estaba claro que la causa de la demoníaca posesión residía en aquella camiseta, pero la verdadera cara del mal se mostraba en el crepúsculo, cuando las tinieblas tomaban impacientes el relevo del astro rey.

Entonces la persona, por buena que fuese, quedaba a merced de esa cosa, tornándola un enfurecido animal fuera de sí.

¿Qué hacer? No puedo quedarme de brazos cruzados entre toda esta inmundicia canalla.

Ya sé. Hay algo que a mis cinco meses de edad, se me da de puta madre.

Llorar.

Se van a cagar. Cuando caiga el sol voy a llorar hasta que tengan que salir con canoa, a ver qué consigo. Por lo pronto, mi mami me llevará a la habitación, donde en principio sólo estarían dos de los posesos (Papi y Adán), que al menos ya tengo controlados.

La estrategia salió en principio, redonda. A las 20:00 h empecé a berrear de tal manera, que llegué a sentir incluso pena de todos los infiernitos que pululaban por el hotel, que parapetados en sus rojas casacas, me lanzaban alguna mirada falsamente angelical.

Pero al entrar a la habitación, un tiro en el pie.

Dos amigos de papi y mami, llamados Lander y Lola, acompañados de un tal Tiki, jalonaban la habitación, también poseídos, por supuesto.

Noche larga Habemus.

Pero lo peor estaba por llegar.

En un alarde de paternalismo ciertamente discutible, a mi progenitor no se le ocurre otra cosa que intentar ponerme a mí, la cosa. Una cosa pequeña, como hecha a mi medida, con sus manguitas, y por supuesto, roja.

Llorar es poco. Grité y berreé como es imposible que lo haga un bebé de cinco meses, de una forma que hasta a mí llegó a asustarme. Opuse toda resistencia posible, no pude evitar la instantánea, aunque instantáneo sería también el hechizo supongo, porque no lo recuerdo. Debieron asustarse, porque me la quitaron de inmediato.

El caso es que allí me ví de nuevo, en mi carrito, sin más vistas que las de Papi, Mami, Lander, Lola, Tiki y Adán, todos posesos menos mi mami que, aunque no llevaba la cosa roja puesta, ya empezaba a dar los primeros síntomas, dando grititos y saltitos, respiración entrecortada y demás parafernalia.

Diossss por favor, mi madre no….

Aquella noche fue un verdadero infierno. Hubo un momento, creo que no duró más de dos minutos, en el que todos gritaron, se arrodillaron, corrieron, golpearon el suelo… Sus caras reflejaban una tristeza nunca antes vista, sea lo que fuese debió doler bastante.

Fue horrible.

Luego calma.

Finalmente gritos y el mismo ritual, aunque esta vez acabaron muy excitados, como si estuviesen drogados. No sé que espíritu puede ser este que les haya poseído, pero desde luego no debió ser en vida trigo limpio.

Aquello pasó, volvimos de Almería y regresamos al lugar dónde empezó todo.

A estas alturas ya me había dado cuenta de que daba igual el sitio; el mundo que yo había conocido hasta ese momento, era víctima de una locura colectiva, de la que sólo parecíamos salvarnos en principio, mi madre y yo. Lo que estaba a mi alcance era intentar mantenerla alejada con mis llantos, de cualquier cosa roja.

Al caer la noche, más de lo mismo.

Esta vez, entre demoníacos jadeos, acerté escuchar a mi padre las palabras “ ¡¡¡¡¡ Pu-Yol… Pu-yol…. Pu-yol .!!!!!” No sé que coño significará, pero es la prueba inequívoca de mi teoría; mi padre en su sano juicio, no había pronunciado nunca esa palabra hasta ese momento.

La tensión iba en aumento. Al igual que en Almería, las calles de Getafe también estaban pobladas de infiernitos y poco a poco, percibo que me estoy quedando solo con mi mami.

En la intimidad de la siesta o la comida, la miro con ojos inquisidores, intentando explicar con la mirada lo que mi escueta edad no permite con las palabras. “Mamá, no puedo hablar todavía, pero sí pensar”. “ ¿ No te das cuenta de lo que ocurre ? Vámonos tu y yo de este mundo de locos. Coge el coche (el tuyo no, que es rojo), y vámonos a la Luna, que desde aquí abajo parece que no hay nadie y además es blanca “

Pero nada da resultado. Lo único que consigo es un comentario trivial hacia mi padre: - “ ¿Has visto este niño como mira ? ¡¡¡ Parece una persona mayor…!!! - , sin trascendencia alguna.

Y llegó la traca final. El motivo por el que he usurpado la identidad y el blog de mi padre, y me decido a contar todo esto.

El último trance fue el más largo de todos. Casi tres horas duró y como sospechaba en días anteriores, hasta mi madre abdicó.

El final de la historia fue un ¡¡¡¡¡¡ INIESTA INIESTA INIESTA INIESTA INIESTA….!!!!!!!! que todavía resuena en mi menuda sesera.

Después de aquello, mi padre y mi hermano se fueron pitando (sic) a la calle, y ya no los volví a ver hasta el día siguiente, cuando me desperté.

Han pasado tres días, y parece que los espíritus se han ido. Ni rastro de las camisetas rojas y por consiguiente, de espíritus usurpadores de almas.

Oí a mi padre decir el lunes por teléfono a alguien, la última vez que llevaba puesta la cosa roja: “Esto es sólo una vez en la vida”.

Pues menos mal. Porque si esto se repitiese de nuevo yo me vuelvo pa dentro, por donde he venido.

2 comentarios:

Mildolores dijo...

Jajajajajaja, buenísimo, lo que me has hecho reir, pequeño.
Díle a tu padre que se acuerde de lavar la camiseta de vez en cuando y si no que se ponga la de Los Paquetes, que también es roja, claro.

Víctor dijo...

tre-men-do

te ha quedado majo el escrito, jeje